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¿Por qué los gobernantes terminan derrotados?


MIRANDO POR EL RETROVISOR



En una ocasión le preguntaron al tenista español Rafael Nadal cómo asumía las victorias y las derrotas en el deporte que lo convirtió en uno de los mejores de la historia, ganando 22 torneos de Grand Slam y en 14 ocasiones la edición del Roland Garros de Francia.


Su respuesta fue aleccionadora: “La derrota y la victoria son parte de nuestra vida, convivimos con ellas a diario y hay que aprender a aceptarlas ambas por igual”.


Y a seguidas le agregó el detalle que a mí me parece más interesante: “El esfuerzo que hagas siempre valdrá la pena, más allá del resultado final”.


Recordé ese análisis de Nadal sobre su manera de asumir victorias y derrotas cuando, precisamente ante una pregunta de cómo le gustaría ser recordado en el ejercicio de la Presidencia de la República, Luis Abinader respondió que como un jefe de Estado que trabajó por mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.


“Nosotros creemos que vamos a dejar un país mejor que el que encontramos”, recalcó el presidente Abinader en su rueda de prensa LA Semanal del pasado lunes.


Cuando escuché su respuesta me pregunté por qué han terminado derrotados la mayoría de los gobernantes dominicanos que hemos tenido a lo largo de la historia. Y la respuesta es que no han estado preparados para asimilar los traspiés en el ejercicio del poder.


Los presidentes deben estar conscientes de que es imposible para cualquier gobernante, sin importar la capacidad que crea tener, solucionar todos los problemas de un país. Siempre quedarán más por resolver que los enfrentados con éxito, frustraciones de la población por demandas insatisfechas e, incluso, retrocesos en retos que parecían superados.


Siempre he planteado que el principal problema de los presidentes del país es asumir que sus prioridades son las de la mayoría de los ciudadanos. Se ufanan de un crecimiento económico que cada año llega a menos personas, del desempeño “récord” en turismo y de lo que consideran “hitos” en el ejercicio del poder, como ocurrió el pasado miércoles con la calificación otorgada a la inauguración de una línea de transmisión de 345 kilovatios en Manzanillo, Monte Cristi.


Resulta que ese mismo día caminaba bajo el elevado ubicado en la intersección de las avenidas Máximo Gómez y Nicolás de Ovando de la capital, en dirección a una sucursal bancaria para solucionar un percance con mi servicio de internet banking, al que ya debía dedicar una segunda mañana.


Debajo de la estructura observé un escenario deprimente, la cara fea del “auge económico”, pero que ya asumimos con una indiferencia inadmisible en un país que nos venden como ejemplo de democracia y desarrollo.


Debajo del elevado observé un escenario deprimente, la cara fea del “auge económico”.


Debajo del elevado observé un escenario deprimente, la cara fea del “auge económico”.JUAN SALAZAR


Me refiero a las personas que han hecho de los elevados su hábitat, el lugar donde a la intemperie muestran la falta de esfuerzo para revertir esa lacerante derrota como nación que debería avergonzarnos. Es frecuente también ver a indigentes durmiendo en las aceras de cualquier sector del país.


De mis dos mañanas casi completas en la sucursal bancaria, el primer día me encontré a “Leo”, una amable dama que me brindó un delicioso café mientras esperaba mi turno.


Me contó que tiene 20 años en el banco. Y medité, con tanto tiempo en una institución realizando esas mismas funciones, un empleado podría haber perdido la motivación y no dar su mayor esfuerzo para agradar a los clientes. Con “Leo” no fue así, me brindó un trato dulce e inolvidable.


En mi segunda mañana en el banco, en servicio al cliente me asistió Helen, quien indagó que debía atenderme la misma empleada del área de tecnología del día anterior, pero estaba ausente.


Lo obvio hubiese sido rebotar el servicio, pero Helen pidió la asistencia por teléfono de otro empleado y mi inconveniente fue resuelto. Si al final, el esfuerzo de Helen no hubiese tenido un resultado satisfactorio, hubiera salido igual de complacido porque puso todo su empeño para solucionarlo, pese a que no era su responsabilidad.


Y pensé en ese instante en los gobernantes. Helen me resolvió un problema “macro” porque estuve casi tres días sin usar el internet banking para diversos servicios y transacciones que debí realizar de manera presencial.


Con Leo fue lo “micro”, esas pequeñas cosas de las que he expuesto en otras ocasiones, pero que igual generan tantas satisfacciones cuando notamos la dedicación y el mayor esfuerzo para acometerlas.


Como puntualizó Rafael Nadal en su reflexión sobre las victorias y las derrotas. Cuando uno hace todo lo que puede, todo lo que está a su alcance, el mayor esfuerzo posible, si las cosas salen bien queda la satisfacción de la victoria.


En cambio, si no salen como esperabas, puedes estar triste por un tiempo debido a la derrota, pero en el camino habrás aprendido algo de tu superior esfuerzo que en algún momento valdrá la pena. Solo queda –indicó el tenista español- corregir posibles errores y seguir trabajando para hacerlo mejor en una nueva oportunidad.


Con sus palabras recordé también un vídeo que se ha hecho viral en redes sociales. Un atleta de campo y pista sufre una lesión en una carrera y, aunque sabe que ya no tiene oportunidad de ganarla, intenta superar el dolor y llegar apoyado en una sola pierna a la meta. El video adquiere un grado de emoción mayor porque el padre del atleta ingresa a la pista para ayudarlo.


Ignoro quién finalmente ganó esa carrera, pero creo que no interesa si nos enfocamos en la persona que continúa dando su mayor esfuerzo en medio de tal adversidad, sin estar centrado en la victoria o la derrota, simplemente en completar el trayecto.


En cualquier área donde accionemos, pienso que los demás esperan de nosotros nuestro mayor esfuerzo, sin importar cuan grandes o pequeñas sean las responsabilidades, e independientemente del resultado final.


Solo así seremos capaces de dejar un grato recuerdo. No importa si eres presidente de la República, una empleada de servicio al cliente o si tienes 20 años sirviendo café.
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